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Mayo 2012
Edición No. 279
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Mis sexenios (50)


José Guadalupe Robledo Guerrero.

La primera etapa del sexenio montemayorista


La primera etapa del sexenio montemayorista, los primeros dos años de gobierno, terminaron con algunos sucesos dignos de anotar. Para empezar, En los primeros días de septiembre de 1995, me llamó Flores Tapia para invitarme a platicar en el Recinto de Juárez. Teníamos tiempo que no nos veíamos, pues cuando recaía de sus malestares físicos su médico le prohibía recibir visitas, al menos así me lo explicó su esposa, doña Isabel Amalia. Pero cuando OFT se sentía bien inmediatamente me procuraba.

Para ese entonces Flores Tapia tenía 83 años de edad, y según me confío sufría a veces de un fuerte dolor de piernas que le impedía movilizarse. La edad se le dibujaba en el rostro y en su lento caminar, pero su pensamiento jacobino y su memoria estaban intactos.

Ese día Flores Tapia quería ponerme al tanto de sus trabajos de historiador, deseaba que lo entrevistara para dar a conocer sus últimas conclusiones sobre los gobernadores coahuilenses: “Actualmente -dijo- estoy reconstruyendo las condiciones que orillaron al ex gobernador Ignacio Cepeda Dávila a suicidarse”.

Recordó que un día -por un desacuerdo con la federación- Cepeda Dávila dijo ante dos de sus colaboradores cercanos (Federico Berrueto Ramón y León V. Paredes): “Se le olvida al Presidente de la República que Coahuila es un Estado libre y soberano, y que yo soy el gobernador Constitucional”.

“Poco después, cuando Nacho Cepeda fue a Los Pinos a saludar al Presidente Miguel Alemán, éste lo dejó con la mano extendida y le dijo: Si el gobernador constitucional del Estado libre y soberano de Coahuila viene a tratar un asunto político, debe ir a Gobernación, pero si viene a saludar al Presidente, no tengo tiempo para atender asuntos personales”.
En aquella ocasión, Flores Tapia había acompañado al gobernador Cepeda, y durante el regreso a Saltillo, OFT vivió con él la frustración del desaire presidencial. “Luego Nacho se suicidaría”. Pero quién había ido con el chisme al Presidente. Según Flores Tapia, había sido Federico Berrueto quien lo había delatado.

¿Por qué cree que fue Berrueto y no Paredes el que llevó el chisme?, le pregunté y me contestó: “Porque conocí muy bien a León V. Paredes desde que llegó a Saltillo con huaraches. Nos hicimos muy amigos y lo apoyé siempre que pude. Era muy valiente y talentoso. A ver si uno de estos días me acompañas a saludarlo. No quiero que se muera pensando en que me falló. A Paredes lo engañaron”.

Esto último lo dijo Flores Tapia, porque cuando López Portillo persiguió a OFT, León V. Paredes, cuyo nombre impuso al auditorio de PRI estatal, lo negó y lo criticó con dureza, aprovechando el vendaval de las ingratitudes que arrastró a los políticos de Coahuila.

En ese momento Flores Tapia había perdonado las traiciones de su allegado político, cuyas actitudes desleales -para ese entonces- las calificaba de “condición humana”, de defectos humanos. Aquel día OFT repitió una frase que le servía para justificar sus errores y malas actitudes, y las de los demás: “El que no tenga defectos que se los busque, por si no los tiene, no es humano”.

OFT sabía mucho de los entretelones de la política coahuilense, él mismo había actuado y desarrollado en ese mundillo oculto de secretos y complicidades, de clóset y recámara. Cuando hablaba de gobernadores, siempre recordaba al que era su preferido: Raúl López Sánchez, al que calificaba como “un hombre con muchos cojones, muy ejecutivo, que le gustaba todo en orden”.

Ese día recordó que en cierta ocasión, en Torreón, el gobernador López Sánchez llamó al Alcalde para encargarle que arreglara una calle que estaba en mal estado. Días después volvió y la calle seguía igual, el Alcalde se justificó diciendo que había tenido mucho trabajo.

A su modo, López Sánchez le advirtió que sus órdenes eran para cumplirse. El Alcalde se molestó por la llamada de atención y le presentó su renuncia. El gobernador le contestó: “A mi nadie me renuncia, cuando usted se vaya del cargo, es porque yo lo despido”.

No hay duda que OFT admiraba a Raúl López Sánchez, incluso se reflejaba en él y hasta creo que durante su gobierno trató de emularlo. Un día le comenté mi apreciación, no lo negó y sonrió aceptándolo como un halago.

Para no dejar duda, me relató una de sus acciones lopezsanchistas: “Enrique Martínez y Martínez recibió la alcaldía saltillense de Juan Pablo Rodríguez Galindo y encontró algunas facturas irregulares, lo que provocó roces entre ellos y continuamente se atacaban a través de la prensa. En cierta ocasión, cuando Roberto Orozco Melo me fue a despedir al aeropuerto, le dije: habla con estos dos y diles que ya estoy harto de sus pleitos, que si para cuando vuelva no han hecho las paces, quiero sus renuncias en mi escritorio”.

¿Y qué pasó?, le pregunté ingenuamente. “Cuando volví me fueron a recibir al aeropuerto agarraditos de la mano”, respondió riéndose.

Enfrascados en el tema le pregunté quién era el gobernador al que más recordaba con afecto: “A Pedro V. Rodríguez Triana. Era un hombre de gran bondad, ignorante si tú quieres, pero de muchos cojones. Era un comunista revolucionario, se había levantado en armas en La Laguna con Benjamín Argumedo, a quien apodaban ‘El Tigre’ por su valor y combatividad. Los curros de Saltillo nunca le perdonaron que como gobernador fuera al cine a galería, y a los toros a sol. Rodríguez Triana no era un hombre culto pero conocía de sobra al pueblo que todavía no hemos logrado rescatar de la miseria”.

Durante el sexenio montemayorista espacié mi pláticas con Flores Tapia desde que él decidió asesorar a Rosendo Villarreal, pero sabía que no veía bien a Montemayor, porque provenía de una familia panista. En cierta ocasión, Flores Tapia me contó cómo intervino en Sabinas para frenar el activismo panista, divisionista y contrario a su gobierno y a su partido de Edilberto Montemayor, “El Borrado”, padre de Rogelio Montemayor.

Flores Tapia era contrario al neoliberalismo, lo repudiaba, y por lo tanto Rogelio Montemayor no era santo de su devoción, ni mucho menos Salinas de Gortari, a quien acusaba de querer destruir al PRI y de sustituirlo con el Pronasol.

En agosto de 1995, precisamente el día que se vencía el plazo para que Rosendo Villarreal Dávila, reintegrara los 5 millones 667 mil pesos que según el Congreso local no había justificado como alcalde de Saltillo, lo entrevisté periodísticamente.
Ahora convertido en Senador, Rosendo señaló: “No resarcí nada, porque no me llevé nada”. “Rogelio no ha logrado el consenso de los coahuilenses”. “La inseguridad ha empeorado con Montemayor”. “No me saldré de la política”.

Rosendo Villarreal fue un alcalde corrupto, en El Periódico... documentamos muchas de sus raterías, pero el timorato de Montemayor no quiso hacerle pagar sus latrocinios. En respuesta, Rosen- do pasó de acusado a acusador, iniciando una serie de señalamientos en contra del gobernador a los que los cortesanos montemayoristas calificaron de indignos, temerarios y falsos.

El 15 de septiembre, Rosendo Villarreal citó a los reporteros, para comunicarles que haría una denuncia en contra de Rogelio Montemayor al que desde ese día acusó de ser un gobernador encubridor de narcos, y aclaró que la auditoría a las cuentas de su gestión municipal sólo era para desviar la atención de los serios problemas que vivía Coahuila con Montemayor como gobernador.

Al día siguiente, una pequeña parte de la jauría oficial se le fue encima a Rosendo: Noé Garza Flores (Presidente del PRI) lo acusó de tener una actitud indigna al denunciar a su patrón (Noé hablando de dignidad, por favor); Carlos Juaristi Septién (Secretario de Gobierno) calificó de falsas las acusaciones de Rosendo; Germán Froto Madariaga (diputado local priista) dijo que eran “Declaraciones temerarias”; el cauteloso de Miguel Arizpe (alcalde saltillense) señaló que Rosendo “no tenía pruebas de su acusación”, y Sergio Reséndiz Boone advirtió que Rosendo “debería responder ante la ley por sus faltas”.

Independientemente de la tímida defensa de sus cortesanos, Montemayor estaba preocupado por la denuncia rosendista que se le venía encima, pues hasta ese momento de los cinco gobernadores acusados de salinistas en el régimen zedillista, sólo RMS faltaba de tener graves problemas. Patricio Chirinos fue acusado de proteger a caciques y narcos; Otto Granados fue acusado de promover la unidad de los salinistas y luego perdió las elecciones en su estado; A Manuel Cavazos se le denunció de violador de jóvenes y niñas; y a Sócrates Rizzo se le acusó de desviar recursos del Fidenor y de corrupción. También él perdió las elecciones municipales de su Estado.

Montemayor sabía que la denuncia de Rosendo podría ser su desgracia, por eso hizo todo lo posible por negociar con el panista, quien 15 días después de su acusación se “retractó” de la denuncia en contra de Montemayor, pues según Villarreal Dávila “No tenía pruebas de peso para demandarlo”, pero los informados sabían que Montemayor y Rosendo habían negociado, por eso Rosendo no demandaría a Rogelio, y Montemayor no le exigiría que devolviera lo que se había robado, y borrón y cuenta nueva.

Por su parte el PAN, para recuperar la alcaldía de Saltillo, con meses de anticipación destapó a sus dos mejores precandidatos: Manuel López Villarreal y Armando Fuentes Aguirre “Catón”. 15 meses después, el priista Miguel Arizpe entregaba el poder municipal a otro pariente de los López del Bosque, el panista Manuel López Villarreal.

Para ese entonces, “Chuma” Montemayor, hermano de RMS, era quien se encargaba de los negocios de la familia. Y como siempre sucede con los parientes del gobernador en turno, el “Chuma” hacía su agosto traficando con todo. Para estas fechas ya se había llevado la maquinaria del Grupo Aztlán de Juan Chapa Garza o José Luis Garza Treviño, que según se decía tenía un valor de 500 millones de dólares.

También para entonces, nadie dudaba que Carlos Juaristi Septién era el verdadero gobernador de Coahuila. Por si eso fuera poco, el régimen montemayorista tenía la imagen pública de corrupto, en este tema se decía que Montemayor hacía lo suyo, pero el resto lo llevaban a cabo los numerosos ladrones de que se rodeó.

Montemayor negoció con Rosendo porque éste lo amenazó con demandarlo como protector de narcos, pero con el alcalde de Torreón, Mariano López Mercado, fue excesivamente rudo y vengativo, seguramente para distraer la atención de la ciudadanía de la corrupta administración estatal. El circo organizado en contra de Mariano había llegado a su clímax cuando a principios de septiembre comenzó la revisión de las cuentas de Torreón por el Congreso estatal.

Una semana después se sabía que a Mariano López Mercado, según el Congreso local, se le habían encontrado tres millones de pesos sin comprobar. A Germán Froto le correspondió crear el escenario para la ejecución de Mariano, primero lo hizo manipulando al grupúsculo cacerolero de “Mujeres por Torreón”, y luego como pastor del Congreso del Estado, haciéndole una auditoría al que ya estaba juzgado por haber conseguido la Alcaldía de Torreón en la ciudad de México y no en la casa de campaña de RMS.

Con todo el aparato en contra, para Mariano sólo había de tres sopas: peleaba, renunciaba o lo metían a la cárcel. Mariano no dio la pelea, unos dicen que la corrupción de sus funcionarios lo había anulado, otros aseguraron que era “zacatón”. Pero tampoco se animó a comprobar si Montemayor tenía los cojones para encarcelarlo, por eso mejor renunció tiempo después.

También el transportista lagunero disfrazado de Senador, Francisco Dávila Rodríguez, contaminaba el pesado ambiente político que había en Coahuila, al amenazar: “Yo voy a ser el próximo gobernador de Coahuila”. Seguramente el entonces Senador quería cobrar con la gubernatura, los millones de pesos que invirtió en la campaña política de Montemayor y Melchor de los Santos, pues consideraba que no era suficiente la Senaduría que le consiguieron con Salinas de Gortari.

En el mes de la Patria, a la Conferencia Mundial de la Mujer celebrada en Beijing, China, asistieron tres personas en representación del gobierno de Coahuila, no de las coahuilenses como luego dijeron. Una de ellas, la Secretaría de Salud, Lourdes Quintanilla, y un par de señoras más convertidas a la “filantropía” de las ONG’s financiadas por el gobierno.

Una de estas damas, Ruth Olvera Dena, Coordinadora de “Mujeres Por Coahuila”, me envió una carta para convencerme de que su viaje a China había sido fructífero para las mujeres de Coahuila, a quienes según ella habían represen- tado. Según la señora, le había dolido mucho que en uno de mis escritos hubiera preguntado: ¿Cuántos metros de tubería, drenaje o pavimento podían haberse instalado con los recursos que se invirtieron en ese inútil viaje? Pero no dijo que dicho viaje fue en pago de su papel mercenario en contra del alcalde torreonense Mariano López, y su complicidad incondicional al montemayorismo.

Recuerdo bien aquella Conferencia Mundial de la Mujer en China, porque fue donde el protagonismo de Hillary Clinton la puso en la mira de la crítica internacional, pues doña Hillary fue a criticar al gobierno chino de maltrato a sus mujeres, cosa que repercutió en un reclamo diplomático chino que hizo callar a la exhibicionista esposa del Presidente norteamericano.

En este marco, las damas del DIF, las encargadas de la Asistencia Social, de la protección a menores, mujeres y ancianos, y de otras actividades similares, con la anuencia de su patrona Lucrecia Solano de Montemayor, y la asesoría de una prófuga de la inteligencia, la Subsecretaria de Asuntos Sociales del gobierno montemayorista, Aurora Gómez Rocha, acordaron hacer algo para retirar de las calles a las indígenas oaxaqueñas que pedían limosna y afeaban nuestra “hermosa” y “culta” ciudad.

La “licenciada” subsecretaria de Asuntos Sociales les dio la justificación minimizando la Constitución e interpretándola a su manera, según ella: “La libertad constitucional de tránsito -a que tienen derecho todos los mexicanos- tiene como límite, el no infringir algún reglamento administrativo. Y en el caso de las indígenas oaxaqueñas, la Ley de Seguridad Pública de Coahuila establece que los limosneros deben estar en la banqueta y no en la calle”. Así justificaron su abuso, prepotente e ilegal. Seguramente la ignorante funcionaria montemayorista no sabía que ningún reglamento o ley está por encima de la Constitución Mexicana.

Para dar a conocer este abuso, publiqué un artículo de mi autoría titulado: Las doñas contra las Marías, en donde daba cuenta que amparadas en la ilegalidad, las damas del DIF y la Subsecretaria de Asuntos Sociales determinaron hacer una redada con ayuda de las autoridades y cuerpos policiacos de Coahuila, y detuvieron a 25 mujeres indígenas y a 45 de sus pequeños hijos, en una acción de inusual eficiencia.

Para mostrar su caridad cristiana, antes de enviarlas por la fuerza a su estado natal, las doñas enviaron a las Marías y a sus hijos a un gimnasio-albergue de la Asociación Gilberto para que comieran.

Para su mala suerte, las doñas fueron muy criticadas por su abusiva ilegalidad a tal grado que su jefa, la señora Lucrecia Solano de Montemayor, tuvo que salir al quite, y comprando espacio en las primeras planas de los periódicos, el 26 de septiembre la esposa del gobernador aseguró que: “No se violaron los derechos de las mujeres oaxaqueñas”, pero por las dudas, la señora se deslindó señalando que: “El DIF no era responsable del operativo Marías. El DIF sólo colaboró en proporcionar la alimentación y el transporte”.

Sin embargo, para asegurar la “legalidad” de su acción, la señora Solano le dio línea a los empleados de la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila hasta donde había llegado la denuncia del caso, señalándoles lo que tenían qué hacer: “Confío en que el dictamen que emitirá la Comisión de Derechos Humanos reflejará que la expulsión de las Marías se realizó conforme a derecho”. Doña Lucrecia nunca aceptó el derecho constitucional de tránsito de las indígenas, pero tampoco negó la participación del DIF, es decir su participación, y la del gobierno de su marido. Había demasiada soberbia.

La influyente dama también repartió culpas diciendo que el operativo para deportar a las indígenas había sido de la Secretaría de Gobierno, de la Subsecretaría de Asuntos Sociales, y de Secretaría de Seguridad Pública, pero defendió la ilegalidad, argumentando que el operativo había sido para ayudar a las indígenas, pues según ella, eran obligadas por un explotador a pedir limosna en las calles de Saltillo acompañadas por sus pequeños hijos.

Estas declaraciones las dio Lucrecia Solano luego de ordenar deportar a la fuerza a las indígenas oaxaqueñas y a sus hijos, pero nadie le creyó a la señora que cogobernaba Coahuila, pues todos sabían que la orden del operativo había salido de ella, pues en nuestro estado no se movía una hoja sin el permiso o conocimiento de la influyente esposa de Montemayor.

Lo más grave del asunto, es que la señora Montemayor había ordenado ejecutar esta ilegal ocurrencia precisamente cuando el gobierno del Presidente Zedillo estaba haciendo esfuerzos por evitar cualquier abuso con los indígenas mexicanos, a fin de no alimentar más los desacuerdos con el EZLN.

Por ese entonces, yo tenía varios amigos como Diputados Federales y Senadores en el Congreso de la Unión, a donde me trasladaba dos veces al mes, dos de estos legisladores eran Jaime Martínez Veloz y Salvador Martínez de la Roca “El Pino”, ex miembro del Consejo Nacional de Huelga que dirigió el movimiento estudiantil de 1968.

Al conocer “El Pino” de la expulsión de las indígenas oaxaqueñas que había realizado Lucrecia Solano en Coahuila, me pidió que redactara una carta contando esta arbitrariedad, abuso e ilegalidad del gobierno coahuilense. Quería darle vuelo al caso, sacar un acuerdo en la Cámara de Diputados, y crearle un problema “al pinche neoliberal de Montemayor”. Otros legisladores querían entrarle al aquelarre Pero yo no le hice el juego.

En estas condiciones, Rogelio Montemayor llegó a su Segundo Informe de Gobierno, donde brillaron por su ausencia los temas que le importaban a los coahuilenses: inseguridad, corrupción, no habló de los macronegocios planeados por su gobierno, como el de los terrenos colindantes con el Mercado de Abastos, donde ahora está el Parque Metropolitano. Por documentar estas corruptelas, los montemayorista me acusaban de conspirar en contra de RMS, continuamente daban nombres de mis posibles cómplices en las alturas...

(Continuará).
Segunda etapa del sexenio montemayorista...

 
robledo_jgr@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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